jueves, 15 de noviembre de 2007

PEDRO SUBE A ESCENA CON LA MISMA CAMISA CON LA QUE HASTA HACE UN RATO RECIBÍA AL PÚBLICO EN LA PUERTA DEL MUSEO

Pedro Marto sube a escena con la misma camisa con la que hasta hace un rato recibía al público en la puerta del museo. Pedro colabora con nosotros desde hace tres años. Antes, se sabe, hizo muchísimas cosas. Fue mozo, estibador, peón de circo, zanjero, candidato a concejal... De eso trata su obra y, sin embargo, él sube a escena con la ropa del día. En cierto modo, Pedro comienza a vestirse para su obra cuando la obra ya comenzó.

Viene la escena de la estiba y Pedro se anuda al cuello de la camisa el pañuelo bataraz que usaba para proteger su garganta de la granza y el polvillo envenenado. La escena finaliza, pero el pañuelo queda. Sigue el relato de sus días como mozo en los grandes hoteles de Bariloche, y Pedro se calza, justo encima del pañuelo, un moño, tal vez el mismo que usó para atender a Frondizi o Guido allá  por los años 60. De pronto, uno tiene la impresión de que este detalle en apariencia incongruente deja entrever algo decisivo.

Pañuelo bataraz y moño de raso provienen de tiempos y lugares distintos. Sin embargo permanecen ahí, uno sobre otro sobre el cuerpo del actor, a lo largo de escenas a las que, de manera manifiesta, no corresponden. Están ahí cuando Pedro dibuja el rostro de su hija, cuando lee emocionado la carta que ella le manda, cuando toma el micrófono para cantar una canción. Y continúan ahí cuando se escucha el aplauso final.


¿Por qué moño y pañuelo permanecen juntos? Quizás porque esta obra no quiere ser del todo fiel a ese metro patrón de las vidas que llamamos biografía. De pronto, no son el moño y el pañuelo los que están fuera de lugar, sino las formas habituales de contar la historia de un trabajador.

La juiciosa cronología dice que Pedro Marto fue primero mozo y después estibador, pero acá el estibador llega a escena antes que el mozo, y lo que es más importante, el mozo que con equilibrio delicado camina con una pila de libros sobre la cabeza no deja de ser en ningún momento el estibador que realiza el  brutal esfuerzo de cargar una bolsa de 70 kilos.

Moño y pañuelo permanecen juntos porque antes que representar la historia de Pedro, la obra apuesta a poner su memoria en acto, en la exacta medida en que ese acto, el acto de recordar cualquier hecho del pasado, es capaz de poner en juego, aquí, ahora, el pasado en su conjunto, más allá y más acá de los dudosos límites que definen una "existencia individual".

Es una canción que aprendió de su mamá la que, al final de la obra, Pedro le canta a su hija, apretando entre sus manos el pañuelo que ceñía su boca durante los turnos de estiba, pedazo de tela que, puesto bajo un microscopio, tal vez aún exhiba restos de granza y veneno, minúsculas partículas del modelo exportador que también habrá que tener en cuenta a la hora de escuchar esa, su bella voz.

lunes, 5 de noviembre de 2007

NOCHE DE ESTRENO

Llegó el estreno de MARTO CONCEJAL, y fue conmovedor, y superó todas las expectativas que teníamos. No da el blog para comentar la obra, sí para decir que luego del aplauso final, y la invitación a comer y tomar algo, la noche se prolongó bastante. Todos los presentes querían hablar o bien con Pedro, o con Natalia, o con Reynaldo, o con cualquiera de nosotros, Nico, Esteban, Analía, Carlos, conmigo. Es muy difícil escribir inmediatamente después, pero siento que la experiencia de este tipo de trabajos está al límite en muchos sentidos, como teatro, como documento, como biografía. Alguien me dice en la charla posterior que en la obra ve la historia personal y la historia argentina unidas no tanto en un relato sino más bien en un cuerpo. Alguien pregunta por una historia más o menos inconclusa. Alguien dice que el museo está vivo. Después le piden a Pedro que cante un tango, y Pedro canta.
Supongo que en unos días podré escribir algo más sereno, hoy todavía cargo con el sacudón del estreno. Van algunas fotos para compartir.
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viernes, 2 de noviembre de 2007

¿QUÉ ES UN ARCHIVO? (SEGÚN VIVI TELLAS)

A un día del estreno de MARTO CONCEJAL, fragmentos de un texto inédito de Vivi acerca de su experiencia en el teatro documental, qué es un archivo, la teatralidad fuera del teatro, el UMF, cómo secuestrar un intérprete, y otros conceptos de utilidad:

Desde hace unos cinco años todo mi trabajo gira alrededor de una idea: buscar teatralidad fuera del teatro. Hice cuatro obras que prefiero llamar “archivos”: Mi mamá y mi tía, Tres filósofos con bigotes, Cozarinsky y su médico y Escuela de conducción. En todas he trabajado con personas comunes y con los mundos reales a los que pertenecen.

Mi premisa es que cada persona tiene y es en sí misma un archivo, una reserva de experiencias, saberes, textos, imágenes. El punto de partida es muy simple: veo algo o alguien que me entusiasma, me emociona, me despierta curiosidad, y muchas veces estoy sola y pienso: “Qué bueno sería poder compartir esto”. Por eso decido ponerlos en escena: porque tengo ganas de desplegar y compartir lo que descubro en cierta gente o ciertos mundos. De modo que tomo ese mundo, hago un procedimiento, le pongo mi mirada y después muestro la sustancia que resulta.
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En todos los casos son mundos que he experimentado en persona. Ésa es la primera condición para que puedan convertirse en archivos teatrales. La segunda es que tengan algún coeficiente de teatralidad. La zona de los mundos que me interesa es ese umbral en el que la realidad misma parece ponerse a hacer teatro: es lo que yo llamo Umbral Mínimo de Ficción (UMF). [Fiction Minimal Threshold] Hay UMF, por ejemplo, en la tendencia natural a la repetición que tiene el comportamiento humano.
Creo que en todo no actor hay una “actuación”, pero es una actuación siempre amenazada; está signada por el azar, el error, la falta de solvencia. Lo que los archivos ponen en escena es una tentativa de actuar; por eso, porque es esencialmente inocente, la actuación del no actor produce incertidumbre: no hay garantías, de modo que el espectador nunca sabe qué va a pasar, si la obra saldrá bien o si simplemente llegará a su fin, si no la interrumpirá antes algún accidente.
Al principio, durante el trabajo de mesa, no busco nada en particular. Más bien veo qué traen ellos, qué es lo que cuentan primero, cómo eligen presentarse. Tengo algunas pautas, como unas boyas que me sirven para ir buscando cosas: documentos escritos (cartas que hayan escrito o recibido, por ejemplo), fotos, imágenes, objetos que sean importantes para ellos, cosas que los obsesionen. Me interesan mucho los accidentes que puedan haber sufrido. Y también cualquier contacto que hayan tenido con el cine, el teatro, la música; con el arte y los medios, digamos. Lo que más me interesa, por supuesto, es si tuvieron alguna relación con la escena, si hicieron teatro. Ese primer momento es muy extraño, porque la gente no le da valor a nada de lo que trae. Es como si nada tuviera importancia para ellos. Yo soy la que pone el valor.
Creo que, sin proponérmelo, todos los archivos rozan el problema de la extinción de un mundo, una sensibilidad, una manera de vivir. Son obras sobre “los últimos que…”, sobre “lo que queda de…"
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